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El hallazgo del pasado
Alfonso el Sabio y la Estoria de España

Totus Orbis: el afán por comprenderlo todo

¿Por qué se ganó Alfonso el apelativo de Sabio? ¿Cuál es la naturaleza y el alcance de su sabiduría? ¿En qué disciplinas resulta clave su aportación? ¿Qué obras debemos a su iniciativa? Descubre los motivos por los que un rey medieval español es hoy considerado un hito ineludible en la historia del saber.

La sabiduría del Rey Sabio

La amplitud, diversidad y profundidad de los conocimientos reunidos, elaborados y transmitidos por iniciativa del Rey Sabio no tienen paralelo en todo el Occidente plenomedieval y constituyen en sí mismos una contribución incuestionable al patrimonio intelectual de la humanidad. En el contexto hispánico, su legado es uno de los fundamentos básicos de la tradición escrita en español, hasta el punto de que la actividad llevada a cabo en su entorno supone una verdadera edad de oro de la cultura española de todos los tiempos. En efecto, actualmente hay unanimidad en el reconocimiento de las impagables aportaciones del rey Alfonso en campos tan diversos como el derecho, la ciencia, la poesía, la música, las artes plásticas, la historiografía o la lengua.

Tanto su vocación personal hacia el estudio como su compromiso con lo que consideraba una responsabilidad propia de su función regia le incitaron a buscar el conocimiento entre aquellos que en aquel momento lo poseían en mayor grado: los sabios musulmanes y judíos, tanto de su época como del pasado (a través de sus obras). En este sentido, el acopio de sabiduría oriental (o al menos traducida del árabe) que propició el impulso alfonsí acabó difundiéndose (en traducciones al latín o a otras lenguas romances) por toda Europa, como continuación natural de la llamada «escuela de traductores de Toledo», que ya venía ejerciendo esa labor desde el siglo XII. Por esta razón se ha podido considerar a Alfonso el Sabio como «puente entre Oriente y Occidente». Por lo demás, se desconoce con exactitud cuál fue el grado de participación efectiva del rey en la elaboración de las obras que han circulado bajo su nombre. Normalmente, se acepta que Alfonso se rodeó de un equipo de colaboradores especialistas en cada una de las ramas del saber que abordó, y que, en todo caso, a él se debe la concepción del proyecto general y el diseño y la supervisión de los textos, con una mayor implicación en alguno en particular, sobre todo en las Cantigas. Un famoso pasaje de la General estoria se refiere al modo en que hay que entender la afirmación de que el rey hace un libro:

El rey faze un libro no porque él escriba con sus manos, mas porque compone las razones d’él, e las enmienda e yegua e endereza, e muestra la manera de cómo se deben fazer, e desí escríbelas quien él manda.
Lo que sí nos consta es que, entre los colaboradores del rey, trabajaron codo a codo traductores y sabios judíos, musulmanes y cristianos. De esta forma colaborativa de trabajar de Alfonso también se nos ha conservado alguna jugosa noticia: por un lado, don Juan Manuel declara en su Crónica abreviada que el rey

avía muy grant espacio para estudiar en las materias de que quería componer algunos libros, ca morava en algunos lugares un año e dos e más, e aun, segunt dicen los que vivían a la su merced, que fablavan con él los que querían e cuando él quería, e ansí avía espacio de estudiar lo qu’él quería fazer para sí mesmo e aun para veer e determinar las cosas de los saberes qu’él mandava ordenar a los maestros e sabios que traía para esto en su corte;
por otro, Bernardo de Brihuega nos informa del elevado grado de exigencia del monarca, quien le obligó a recorrer el reino hasta en tres ocasiones en busca de textos con que componer la colección hagiográfica que le había encomendado. En cualquier caso, no hay que olvidar que, para el Rey Sabio, el destino último de la sabiduría no es otro que el de servir como vía de acceso a las verdades eternas, en definitiva, al conocimiento de Dios. Así lo declara él mismo en más de una ocasión a lo largo de su obra, por ejemplo, de nuevo, en la General estoria:

Cada uno, cuanto más ha del saber, e más se llega a él por estudio, tanto más aprende e crece e se llega por ende más a Dios.

Non ignarus Alfonsus



Lápida de mármol con la siguiente inscripción en versos leoninos: Res tibi sit nota, domus haec et fabrica tota / quam non ignarus Alfonsus sanguine clarus / rex Yspanorum fecit. Fuit iste suorum / actus in Austrinas vices servare carinas. / Arte micat plena, fuit hic informis arena. / Era millena vicentena nonagena. [Sabe, oh lector, que esta casa y toda su fábrica hizo el sabio y claro en sangre don Alfonso, rey de los hispanos. Fue este príncipe inducido a reservar sus bajeles para las conquistas del austro. Lo que era arenal informe es ahora suntuosa fábrica levantada con arte, en la era 1290]. Hospital de la Caridad de Sevilla.
El rey Alfonso debió de forjarse fama de sabio desde muy joven. De hecho, todavía en su etapa como infante promovió la traducción al castellano del Calila e Dimna, obra maestra de la literatura sapiencial. Para atestiguar esta temprana imagen del rey, que le acompañaría toda su vida, resulta significativo el hecho de que, ya en 1252, apenas unas semanas o meses después de su ascenso al trono, la lápida fundacional de las atarazanas de Sevilla se refiera a él como non ignarus Alfonsus: ‘no ignorante [= sabio] Alfonso’.

Tesoro de filosofía

La Estoria de España va precedida por un poema latino (con su traducción al castellano incluida) en alabanza del promotor del texto, el rey Alfonso. En él, se elogian sus cualidades como príncipe y como sabio. En esta segunda faceta, Alfonso es aclamado como decus Hesperie, thesaurus philosophie, es decir, «fermosura de España e tesoro de la filosofía», en alusión al aspecto de Belleza que también transmite la sabiduría, como enseña la célebre fórmula platónica: «la Belleza es el esplendor de la Verdad».

Nobilis Hesperie princeps, quem gracia Cristi
Ultrix perfidie saluauit ab omine tristi,
Priceps laudandus, Alfonsus nomine dictus,
Princeps inuictus, princeps semper uenerandus,
Qui meritis laudes superat, qui uindice fraudes
Ferro condempnat, quem fama decusque perhennat,
Hesperie gesta dat in hoc libro manifesta,
Ut ualeat plura quis scire per ipsa futura.


[…]

Si capis, Hesperia, que dat tibi dona sophia
Regis, splendescet tibi fama decus quoque crescet.
Rex, decus Hesperie, thesaurus philosophie,
Dogma dat hyspanis; capiat bona, dent loca uanis.





El noble príncipe de España, al cual la graçia de Jesucristo,
vengadera de la porfía, lo salvó de toda cosa triste,
príncipe digno de alabança, Alfonso nombrado por nombre,
príncipe nunca vençido, príncipe venerabile,
el cual a la vengança los engaños con fierro condena,
al cual la fama de cualquier cosa lo perpetúa,
los fechos de España faze manifiestos en este libro,
en guisa que cada cual pueda saber por él muchas cosas venideras.

[…]

¡O España!, si tomas los dones que te da la sabiduría
del rey, resplandeçerás; otrosí en fama e fermosura creçerás.
El rey, que es fermosura de España e tesoro de la filosofía,
enseñanças da a los ispanos; tomen las buenas los buenos, e den las vanas a los vanos.

Juez y parte

El inmenso esfuerzo de Alfonso X en el campo del derecho estuvo orientado esencialmente a la renovación del panorama jurídico del reino (basado hasta entonces en una multiplicidad de fueros locales y colecciones de costumbres), en aras de una uniformidad legislativa fundada en el redescubrimiento del Derecho romano por parte de los juristas italianos, alguno de los cuales (como el célebre Jacobo de Giunta) ya había trabajado en la corte de Fernando III. Las principales obras jurídicas debidas a la iniciativa alfonsí son el Fuero real, el Espéculo y, sobre todo, las Siete Partidas.

El Fuero Real es un código de leyes municipales que pretendía unificar la diversidad foral del reino e introducir el derecho regio en territorios que poseían su propio derecho consuetudinario. Su promulgación comenzó en 1255 (con Aguilar de Campóo como primera villa documentada) y fue extendiéndose progresivamente desde Castilla la Vieja hacia la Extremadura, la Transierra y reino de Toledo, para llegar a alcanzar Andalucía y Murcia.

El Espéculo es un código de leyes para juzgar los casos en la corte del rey, y que trataba de alcanzar la unificación jurídica del reino. Consta que la obra permanecía en proceso de redacción en 1255, pero quedó finalmente inacabada, quizá por el cambio de signo que en la política alfonsí supuso su candidatura imperial a partir de 1256, cuando Alfonso habría sustituido este proyecto por el más ambicioso de las Partidas.

Las Siete Partidas son sin duda la gran aportación alfonsí a la historia del derecho. Redactadas entre 1256 y 1265 (al menos en un primer impulso), se trata de una inmensa colección de leyes (más de 2600) fundadas en el Derecho romano, pero que también aprovecha fuentes de muy distinto origen (tanto jurídico como filosófico o teológico). Su carácter enciclopédico sobrepasa la mera funcionalidad práctica para erigirse en una verdadera summa jurídica en que se abordan todos los ámbitos de la vida humana. Por lo demás, no parece que las Partidas fueran promulgadas en época alfonsí, sino casi un siglo después, ya en tiempos de Alfonso XI, a mediados del siglo XIV. Su relevancia en la cultura hispánica viene confirmada por el hecho de haber sido el código legislativo vigente en Hispanoamérica hasta el siglo XIX, y cuyo contenido alcanzó las nuevas codificaciones de los países americanos.

Inspiración divina

El manuscrito 20787 de la British Library, procedente del scriptorium alfonsí, transmite una copia de la Primera Partida donde figuran tres imágenes que, en palabras del historiador del arte Bango Torviso, «nos ilustran sobre el espíritu religioso que el monarca quiere transmitir sobre el origen de las leyes en general y de la autoría del códice en particular». En la que reproducimos aquí, interesa notar cómo «el monarca levanta la cabeza hacia lo alto como buscando la inspiración o aprobación de Dios, que está allí representado en medio de un celaje bendiciendo al monarca, es decir dando su aprobación a las leyes que dicta su vicario en la Tierra». En efecto, esta imagen concuerda a la perfección con dos pasajes del título 1 la propia Primera Partida, correspondientes a las leyes XII y XI, a propósito de quién tiene poder de hacer leyes («Emperador o rey puede fazer leyes sobre las gentes de su señorío e otro ninguno no á poder de las fazer en lo temporal») y cómo debe actuar el legislador («El fazedor de las leyes deve amar a Dios e tenerle ante sus ojos cuando las fiziere, porque sean derechas e complidas»).

Alfonso dicta las Partidas en presencia de Dios. British Library, Ms. 20787, f. 1v.


Para saber más

Isidro G. Bango Torviso, «La imagen pública de la realeza bajo el reinado de Alfonso X. Breves apostillas sobre regalia insignia y actuaciones protocolarias», Alcanate VII (2010-2011), 13-42.

Vicario de Dios en la tierra

La adopción por parte de Alfonso del redescubierto Derecho romano cambió la imagen del rey propia de la cosmovisión feudal (en la que el monarca es un primus inter pares, un ‘principal entre iguales’) por la de un soberano que encarna en la tierra la exclusividad del poder divino. En el siguiente texto de la Partida Segunda se exponen los presupuestos teóricos en los que descansa esta noción de «realeza sagrada», fundada en el origen divino de la potestad regia.

Vicarios de Dios son los reyes de cada uno en su reino, puestos sobre las gentes para mantenerlas en justicia y en verdad en cuanto a lo temporal, bien así como el emperador en su imperio. Y esto se muestra cumplidamente de dos maneras: la primera de ella es espiritual según lo mostraron los profetas y los santos, a quienes dio nuestro Señor gracia de saber las cosas ciertamente y de hacerlas entender; la otra es según naturaleza, así como mostraron los hombres sabios que fueron como conocedores de las cosas naturalmente. Y naturalmente dijeron los sabios que el rey es cabeza del reino, pues así como de la cabeza nacen los sentidos por los que se mandan todos los miembros del cuerpo, bien así por el mandamiento que nace del rey, y que es señor y cabeza de todos los del reino, se deben mandar y guiar y haber un acuerdo con él para obedecerle, y amparar y guardar y enderezar el reino de donde él es alma y cabeza, y ellos los miembros.

Rey tanto quiero como ‘regidor’, y sin falta a él pertenece el gobierno del reino, y según dijeron los sabios antiguos, señaladamente Aristóteles en el libro que se llama Política, en el tiempo de los gentiles el rey no tan solamente era guiador y caudillo de las huestes y juez sobre todos los del reino, mas aun era señor sobre las cosas espirituales que entonces se hacían por reverencia y por honra de los dioses en que ellos creían, y por eso lo llamaban rey, porque regía tanto en lo temporal como en lo espiritual. Y señaladamente tomó el rey nombre de nuestro señor Dios, pues así como Él es dicho rey sobre todos los otros reyes, porque de Él tienen nombre, y Él los gobierna y los mantiene en su lugar en la tierra para hacer justicia y derechos, así ellos están obligados a mantener y a gobernar en justicia y en verdad a los de su señorío (Partida Segunda, título 2, leyes 5 y 6).

Cosmología alfonsí: el mundo como teofanía

En el ámbito científico, la producción de Alfonso X comprende tres grandes áreas: la astronomía, la astrología y la magia. La astronomía se ocupa de la observación y el cálculo de las posiciones planetarias; la astrología (hoy considerada una pseudociencia) se funda en la correspondencia entre el hombre y el universo, y en la información que sobre la naturaleza y el destino de aquel ofrece el estudio de su horóscopo; finalmente, la magia trata de transformar la realidad a través de procedimientos supramateriales. En el campo de la astronomía, la obra más importantes impulsada por Alfonso son las Tablas alfonsíes, una colección de cómputos planetarios elaborados conforme a observaciones realizadas en Toledo entre 1262 y 1272 (en el que se ha considerado el primer observatorio del Occidente cristiano) y que tuvieron vigencia en Europa hasta época moderna. Además, el Rey Sabio patrocinó otras dos obras astronómicas, conservadas hoy en sendos códices regios: por una parte, los Libros del saber de astrología, en que se contienen tanto el Libro de la ochava esfera (una descripción de las constelaciones) como una serie de tratados sobre la fabricación de instrumental astronómico; por otra, un manuscrito fragmentario con la traducción de las tablas del astrónomo sirio Albateni (c. 858-929) y del andalusí Azarquiel (c. 1029-1087), y el Libro del cuadrante señero.

Por lo que respecta al ámbito de la astrología, debemos a su iniciativa la traducción de tres tratados: el Libro de las cruces, el Libro complido en los juicios de las estrellas y el Quadripartitum; estos dos últimos disfrutaron de una enorme difusión en Europa gracias a sus traducciones latinas. También de gran repercusión en Occidente serían las traducciones latinas de los tratados mágicos conocidos como Picatrix y Liber Razielis, cuya versión castellana no ha llegado hasta nosotros, como ocurre asimismo con algún otro texto de este tipo (como el Livre des secrez de nature o el Clavis sapientiae). Otros se nos han conservado muy fragmentariamente, como el Libro de las formas e imágenes (del que solo queda el índice) y el Libro de astromagia. En cambio, sí contamos con el temprano Lapidario (terminado de traducir en 1250), un tratado que intenta aprovechar las virtudes de 360 piedras mediante su relación con los grados de los signos zodiacales.

De cualquier forma, en la cosmovisión alfonsí estas tres áreas no pueden separarse, de modo que los datos astronómicos están al servicio de los juicios astrológicos, y este último conocimiento sirve asimismo para el ejercicio de la llamada magia astral. En efecto, nunca se insistirá lo suficiente en la concepción medieval del universo «como una teofanía, en que coinciden causalidad y significación, de suerte que conocer cualquier realidad es ponerse en camino de conocer todas las demás e, inevitablemente, aproximarse a Dios», según palabras de Francisco Rico, quien insiste en la necesidad de ver en el fondo de la empresa alfonsí esta visión en la que «nada existe ni se deja de entender aislado, fuera de la gran cadena del Ser».

Un cráter en la luna

Alphonsus es el gran cráter que aparece en la parte derecha de la fotografía, tomada por la sonda Ranger 9 en 1965.


Alfonso ha sido considerado el astrónomo más importante de la Edad Media cristiana. En virtud de su labor en este campo (sobre todo por la elaboración de las Tablas alfonsíes), el Rey Sabio ha recibido modernamente el honor de que un cráter de la luna haya sido bautizado con su nombre: Alphonsus. Por lo demás, las Tablas alfonsíes fueron la referencia de la astrología occidental hasta la época de Johannes Kepler (1571-1630).

Hablar con las estrellas

El Libro de la ochava esfera (el tratado descriptivo de las constelaciones que encabeza el Libro del saber de astrología) contiene un pasaje, correspondiente a «la figura del Can menor», que resulta de especial interés por varios motivos. Por un lado, ofrece un alegato razonado a favor de la astrología judiciaria (es decir, aquella que emite juicios sobre el futuro). En segundo lugar, por contener una hermosa imagen en que se condensa la naturaleza y el sentido de la astrología: el diálogo entre el hombre y el Cielo, pues, al decir de Alfonso, no de otro lugar procede el Conocimiento. Por último, por dar la medida de la consideración en que el Rey Sabio tenía a esta disciplina, a la que considera, sin rodeo alguno, «el más noble saber del mundo».

Ca tres cosas deve fazer ell ombre que quier la cosa acabar. La primera de saber cuál es la cosa en sí. La segunda si verná pro d’ella o daño cuando la fiziesse. E la tercera que si entendier que es su pro, que sepa ý dar manera por que se acabe. E por ende pora atales huebras como estas son buenas las demandas que se fazen de astronomía sobre las cosas si se farán bien o mal, ca si á nuestro daño o mal deve ell ombre partirse d’ello. Ca el qui faz la demanda assí es como si fablas con las estrellas o les demandasse consejo, e las señales que ý falla es atanto como si respondiessen fablando con él. E por ende el consejo que falla en tan nobles cosas como son los cuerpos celestiales aquel deve fazer. E demás es cosa natural e de grand razón, e ell ombre tome consejo del logar onde vien ell entendimiento. E non tan solamiente en esto, que es el más noble saber del mundo, mas en cualquier otra cosa a mester que tome consejo ante que la faga, que non después.

Un rey trovador

Además de a sabios, Alfonso X acogió en su corte a músicos y poetas. En efecto, trovadores y juglares, tanto provenzales como (en mayor medida) gallego-portugueses, desarrollaron su labor bajo la protección del rey. La identidad de algunos de ellos nos es hoy conocida, como en los casos de Martim Soares o Pero da Ponte, ya activos en tiempos de Fernando III. Pero el interés alfonsí por la poesía no se redujo al de mero degustador: Alfonso mismo cultivó con esmero el arte trovadoresco. En la actualidad, se le atribuyen más de cuarenta cantigas profanas (la mayoría de ellas de escarnio), en las que aparecen personajes de su entorno y predomina el tono satírico, sin que falte, con todo, algún ejemplo de nostálgico lirismo (como el que observamos en Alfonso el Sabio y su mundo#Menosprecio de corte).

Sin embargo, la obra poética más relevante debida al Rey Sabio son las Cantigas de Santa María, una colección de más de 400 poemas en gallego-portugués dedicados a la Virgen, bien para alabar sus virtudes, bien (la mayoría) para relatar sus numerosos milagros. Si desde el punto de vista textual, las Cantigas son un monumento a la poesía mariana de todos los tiempos, su valor aumenta si tenemos en consideración las dimensiones artística y musical de la obra, transmitida en asombrosos códices iluminados (sobre todo el llamado Códice rico de El Escorial) y acompañada de sus respectivas partituras. Si desde el punto de vista musical, las Cantigas han sido consideradas el repertorio más importante de la lírica medieval europea, las más de 1250 ilustraciones del Códice rico son una verdadera «ventana» a la vida cotidiana del siglo XIII (véase Alfonso el Sabio y su mundo#TALL:Taller alfonsí).

Por lo demás, se desconoce el grado de intervención del rey en su composición, aunque hay general acuerdo en admitir que, a pesar de ser el fruto de un trabajo en equipo (en que el poeta Airas Nunes habría jugado un papel fundamental), al rey se deben la concepción de la obra, su unidad estilística y la redacción de algunos de los poemas. Con ello, Alfonso apuraba otra faceta (de raigambre bíblica) propia de su función regia, la de rey-poeta. Así lo recordaría su biógrafo contemporáneo, fray Juan Gil de Zamora, al afirmar que el rey compuso sus cantigas a la Virgen «more davidico», es decir, ‘a la manera del rey David’.

Poesía y sabiduría

Miniatura contenida en el Códice rico de las Cantigas. Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial, ms. T.I.1, fol. 4.


En la miniatura aquí reproducida (procedente del Códice rico de El Escorial) se observa al rey, sentado en un escaño, leyendo a seis copistas el texto que figura en un rollo de pergamino. Si afinamos la vista, comprobaremos que el texto que figura en el rollo se corresponde con los primeros dos versos y medio de la cantiga-prólogo con que se abre la colección mariana: «por / que trobar / e cosa / en que / jaz en / tendimen / to poren / queno faz / ao dauer e / de» (‘Porque trovar es cosa en que yace entendimiento, por eso, quien lo hace ha de tenerlo, y’). En efecto, ninguna creación promovida por Alfonso parece escapar a la idea que se expresa en estos versos, la indisoluble asociación entre el arte y la sabiduría, entre la Belleza y la Verdad, que vale reducir a la fórmula latinomedieval: Ars sine scientia nihil. El origen y la naturaleza de ese saber se desvela unas líneas más abajo, en el cuarto verso de la segunda estrofa: «confïand’ en Déus, ond’ o saber ven» (‘confiando en Dios, de donde el saber viene’).

Domna celestial



El prólogo en verso que encabeza el conjunto de las Cantigas es un hermoso ejemplo de la devoción mariana del rey Alfonso. En él, el rey se declara trovador de la Virgen y le pide a Ella que lo acepte como tal, renunciando a trovar por ninguna otra dama que no sea María. Como ha afirmado el especialista en las Cantigas Joseph Snow, el rey se presenta en su magna obra poética como un trovador «en busca de un galardón (la salvación del alma) de manos de su domna celestial (María)».

Este é o Prólogo das Cantigas de Santa María, ementando as cousas que á mestér eno trobar.

Porque trobar é cousa en que jaz
entendimento, porên queno faz
á-o d’aver e de razôn assaz,
per que entenda e sábia dizer
o que entend’e de dizer lle praz,
ca ben trobar assí s’á de fazer.

E macar éu estas dúas non ei
com’éu querría, pero provarei
a mostrar ende un pouco que sei,
confïand’en Déus, ond’o saber ven;
ca per ele tenno que poderei
mostrar do que quéro algũa ren.

E o que quéro é dizer loor
da Virgen, Madre de Nóstro Sennor,
Santa María, que ést’a mellor
cousa que el fez; e por aquest’éu
quéro seer oi mais séu trobador,
e rógo-lle que me queira por séu.

Trobador e que queira méu trobar
receber, ca per el quér’éu mostrar
dos miragres que ela fez; e ar
querrei-me leixar de trobar des i
por outra dona, e cuid’a cobrar
per esta quant’enas outras perdí.

Ca o amor desta Sennor é tal,
que queno á sempre per i mais val;
e poi-lo gaannad’á, non lle fal,
senôn se é per sa grand’ocajôn,
querendo leixar ben e fazer mal,
ca per esto o pérd’e per al non.


Porên dela non me quér’éu partir,
ca sei de pran que, se a ben servir,
que non poderei en séu ben falir
de o aver, ca nunca i faliu
quen llo soube con mercee pedir,
ca tal rógo sempr’ela ben oiu.


Onde lle rógo, se ela quisér,
que lle praza do que dela dissér
en méus cantares e, se ll’aprouguér,
que me dé gualardôn com’ela dá
aos que ama; e queno soubér,
por ela mais de grado trobará.
Este es el Prólogo de las Cantigas de Santa María, sobre aquello que es necesario para componer canciones.

Porque trovar es cosa en que yace
entendimiento, por eso, quien lo hace
ha de tenerlo, y razón bastante,
para que entienda y sepa decir [= cantar]
lo que entiende y le place expresar,
porque el bien trovar así ha de hacerse.

Y aunque yo estas dos cualidades no tengo
tal como tener quisiera, sin embargo, probaré
de mostrar en adelante lo poco que sé,
confiando en Dios, de donde el saber viene,
pues por Él supongo que podré
mostrar algo de lo que mostrar quiero.


Y lo que quiero es decir loor
de la Virgen, Madre de Nuestro Señor,
Santa María, que es lo mejor
que Él hizo, y, por esto, yo
quiero ser desde hoy trovador suyo,
y le ruego que me quiera por su

trovador, y que quiera mi trovar
recibir, porque por él quiero mostrar
los milagros que Ella hizo; y además
quiero dejarme de trovar, desde ahora,
por otra dama, y pienso recobrar,
por esta, cuanto por las otras perdí.


Porque el amor de esta Señora es tal
que, quien lo tiene, siempre por ello vale más,
y lo que haya ganado ya no lo pierde,
si no es que, por su gran desgracia,
quiera dejar bien y hacer mal,
ya que por esto lo pierde, y no por otro motivo.


Por tanto, ya no quiero separarme de Ella,
porque sé cabalmente que, si bien la sirviese,
no podré perder su bien,
porque nunca faltó
a quien supo con piedad pedirle,
porque tales ruegos siempre fueron bien oídos por Ella.


Por ello le ruego, si Ella quisiere,
que le plazca lo que de Ella yo dijere
en mis cantares, y si a Ella le agradara,
que me dé un galardón tal como el que Ella da
a los que ama, y quien lo supiere,
con mayor agrado trovará por Ella.

El cuento del pasado

La historiografía fue otro de los saberes cultivados por Alfonso. Frente a la temprana dedicación a la cosmología o al derecho, no se conservan indicios seguros de actividad por parte del llamado «taller historiográfico alfonsí» hasta 1270. Es entonces cuando comienzan a redactarse, paralelamente, las dos obras históricas que hacen del Rey Sabio una referencia inexcusable para la historiografía hispánica y europea en la Edad Media: la Estoria de España y la General estoria.

La Estoria de España está centrada en el pasado de los pueblos que dominaron la Península desde orígenes hasta la época del propio Alfonso. De ella nos ocupamos ampliamente en La Estoria de España como obra de arte# y De la cultura manuscrita a la pantalla digital#.

Por su parte, la General estoria es, junto con las Partidas, la obra más ambiciosa de todas las emprendidas por el rey. Preveía la narración por extenso de la historia de todos los pueblos conocidos desde el comienzo de los tiempos hasta la época del propio Alfonso. Sin embargo, este magno proyecto de historia universal quedaría a la postre inconcluso: dividido en seis partes (correspondientes a las seis edades del mundo de la historiografía tradicional), solo conservamos completas las cuatro primeras. La obra está vertebrada en torno al relato bíblico, que aparece a su vez aderezado con fuentes latinas clásicas y altomedievales, francesas, británicas, hispanas y árabes. Consta que el proyecto seguía su curso en 1280, cuando se cierra la copia de la cuarta parte en un códice del scriptorium regio cuyo explicit viene datado en la primavera de aquel año por el copista Martín Pérez de Maqueda. Con toda probabilidad, la muerte del rey en 1284 abortó la empresa, con la quinta parte avanzada y la sexta apenas esbozada. En cualquier caso, la General estoria, tanto por el inmenso caudal de materiales que transmite como por el singularísimo tratamiento de sus contenidos, ha sido considerada un «espejo de la España del siglo XIII».

Trabajo en equipo

Miniatura de la General estoria que representa, en la parte superior, al rey en actitud de recibir el códice de la obra, rodeado de sus colaboradores, y en la parte inferior el nacimiento maravilloso del rey babilonio Nabucodonosor. Biblioteca Apostólica Vaticana, ms. Urb. Lat. 539, fol. 2v.


Mucho se ha conjeturado en torno a la posible identidad de los estoriadores alfonsíes. Sin embargo, apenas un par de nombres pueden esgrimirse con cierta seguridad: Bernardo de Brihuega y fray Juan Gil de Zamora. Sea como sea, Alfonso gustó de hacerse representar en las miniaturas de sus códices rodeado de sus colaboradores, como ocurre en la presente imagen, procedente de un códice de la cuarta parte de la General estoria, y que recuerda otras escenas similares que encontramos también en algún manuscrito de las Cantigas o en el del Libro de los juegos. En este caso, la miniatura se completa, en su parte inferior, con una escena relativa al nacimiento maravilloso de Nabucodonosor, relato con el que comienza el volumen.

«Entonces vi el Aleph»

El elogio del rey en versos latinos que encabeza la Estoria de España (al que ya nos referimos en Tesoro de filosofía) contiene un pasaje que da la medida del sentido que para Alfonso tuvo el estudio y la divulgación del pasado. En efecto, la exposición de los hechos históricos posee un carácter ejemplarizante, en virtud del propósito que ha de guiar al lector: imitar las acciones virtuosas y evitar las viciosas. En este sentido, la historia enseña de igual modo sobre el pasado que sobre el porvenir, en función del aspecto providencial e inteligible de aquello que, en última instancia, ha sido querido por Dios. Esta concepción de la Historia, que Alfonso expresa en más de una ocasión, convierte al códice historiográfico en una especie de Aleph o bola de cristal en que contemplar, simultáneamente, pasado, presente y futuro.

[…]
Hinc per preterita quisquis uult scire futura
Non dedignetur opus istud, sed memoretur
Sepius hoc legere, quia quibit plura uidere
Per que proficiet et doctus ad ardua fiet,
Nam sciet an ceptum quodcunque scit id uel ineptum
Finem pretendat, seu finis ad optima tendat,
Per quod peiora fugiens capiat meliora.

[…]


[…]
Onde si por las cosas pasadas quiere alguno saber las venideras,
non desdeñe esta obra, mas téngala en su memoria.
Muchas vezes conviene esto leer, ca podemos muchas cosas ver,
por las cuales te aprovecharás e en las cosas arduas enseñado te farás;
ca saberás cualquier cosa si es açepta la tal o si es inepta,
vayas ante al fin, o el fin a las muy buenas cosas se mueva,
por el cual fuyendo de las cosas peores tomarás las mejores
[…].

La Babel alfonsí

Una de las grandes innovaciones debidas al Rey Sabio fue su apuesta insobornable por el romance castellano como lengua elegida para la transmisión del conocimiento, en un momento en que la lengua de cultura en toda Europa era todavía el latín. En esta decisión mediaron al menos dos razones de orden práctico: la vocación divulgativa y el horizonte pedagógico que presidieron el proyecto cultural de Alfonso. En efecto, detrás de su gigantesca empresa se percibe una voluntad consciente de elevar el nivel intelectual y moral de sus súbditos, voluntad que remontaría, según se expresa en el Setenario, a los tiempos de Fernando III, quien no habría querido convertir su reino en un imperio hasta conseguir que su señorío volviera al estado educativo que habían alcanzado antiguamente los emperadores de los que él procedía. Alfonso vio claro que para lograr esta meta la única vía posible era la adopción de la lengua vernácula, entendida por todos, de modo que se pudiese subsanar «la grant mengua que era en los ladinos por desfallecimiento de los libros de los buenos filósofos e provados», como se afirma en el prólogo del Libro complido en los juicios de las estrellas. Esta audaz resolución resultó a la postre pionera en el Occidente medieval, y en ella se ha llegado incluso a ver la razón por la que, poco después, el propio Dante (a través de su maestro Brunetto Latini, que llegó a conocer a Alfonso) habría adoptado la lengua vulgar en sus obras.

Semejante acopio y transmisión de conocimiento entrañó una intensa labor traductora, sobre todo del árabe al castellano. En efecto, en los talleres alfonsíes trabajaron traductores judíos que, conocedores del árabe y del castellano, servían de puente entre las dos lenguas. En este sentido, el Rey Sabio tuvo a la cultura y la lengua árabes en muy alta alta consideración, como prueba la fundación en Sevilla (en 1254) de un asombroso «estudio e escuelas generales de latino e arávigo», donde maestros musulmanes y cristianos compartían docencia. En cualquier caso, este interés remonta a su época de infante, cuando, tras la conquista de Murcia en 1243, posiblemente asistió a las clases del célebre maestro Ibn Abu Bakr al-Riqutí en la madrasa de aquella ciudad, donde se ha defendido incluso que Alfonso habría aprendido a manejar el árabe con solvencia.

Por otro lado, conviene recordar que la obra alfonsí no se ha transmitido únicamente en castellano, pues también se realizaron traducciones secundarias al latín o a alguna lengua romance (como el francés) que hicieron posible difundir determinados textos árabes más allá de los Pirineos y que hoy nos permiten conocer algunas obras cuyas versiones castellanas no se han conservado (es el caso del tratado astromágico conocido como Picatrix o del Libro de la escala de Mahoma). Para completar esta Torre de Babel, recordemos que la obra más personal del rey, las Cantigas de Santa María, está escrita en gallego-portugués, y que en su corte fueron acogidos numerosos poetas provenzales.

Del islam a Dante (pasando por Alfonso)

Buraq, la montura fantástica del Profeta, según una miniatura mogol del siglo XVII.
La traducción alfonsí del Viaje nocturno (Isrâ) y Ascensión (Mi‘râŷ) del Profeta del islam (en la que Muhammad primero se traslada en un instante de la Meca a Jerusalén y luego asciende al séptimo cielo a lomos de una montura fantástica, Buraq), conocida como Libro de la escala de Mahoma, es probable que llegara a ser conocida por el poeta italiano Dante Alighieri, que se habría inspirado en ella para la composición de su Divina comedia. En la actualidad, solo se conservan sus traducciones latina y francesa (debidas al notario italiano Buenaventura de Siena), mientras que lamentablemente el texto castellano se ha perdido.

La Cábala alfonsí

Si asombroso en calidad y cantidad es el corpus textual alfonsí que ha llegado hasta nosotros, no lo es menos aquel que, por los estragos del tiempo, ha pasado a engrosar los inasibles anaqueles de la literatura perdida. En efecto, no son pocos los testimonios fragmentarios o indirectos, o bien las noticias o conjeturas que permiten atribuir tal o cual texto a la iniciativa alfonsí. En este sentido, cabe resaltar un pasaje del Libro de la caza de don Juan Manuel, en el que el admirado sobrino del rey enumera una serie de traducciones de que hoy no tenemos constancia escrita: la del Talmud y la Cábala judíos (es decir, las escrituras hebreas tanto canónicas como esotéricas), y la de «toda la secta de los moros», fórmula en la que podría aludirse a una versión alfonsí del Corán.

Otrosí fizo trasladar toda la secta de los moros, por que paresçiesse por ella los errores en que Mohámad, el su falso profeta, les puso e en que ellos están oy en día. Otrosí fizo trasladar toda la ley de los judíos e aun el su Talmud e otra sçiençia que an los judíos muy escondida a que llaman Cábala. E esto fizo por que paresçiesse manifiestamente por la su ley que toda fue figura d’esta ley que los cristianos avemos, e que tan bien ellos como los moros están en grant error e en estado de perder las almas.

Más alla de los textos

Aparte de la obra escrita que nos ha legado el Rey Sabio, debemos recordar aquí algunas otras contribuciones que nuestra historia cultural debe a su iniciativa.

Destacan en este sentido sus impagables aportaciones a la música y a las artes plásticas, de que son fiel testimonio las Cantigas, una obra total en la que conviven partituras musicales, miniaturas artísticas y textos poéticos (Un rey trovador). Por otro lado, la arquitectura (civil y eclesiástica) y la escultura góticas también se beneficiaron de su patrocinio, como ponen de relieve, por ejemplo, la esbeltísima catedral de León (la magna empresa artística del rey) o la estatuaria de la catedral de Burgos (en cuyo claustro hoy podemos observar, entre otras, las magníficas esculturas de Alfonso ofreciendo el anillo nupcial a su esposa Violante). Otras artes «menores», como la de las vidrieras (en la propia catedral de León) o la orfebrería (de que es ejemplo el magnífico tríptico-relicario conservado en la catedral de Sevilla y conocido como Tablas alfonsíes) también tuvieron cabida en el amplio mecenazgo regio.

En fin, el Rey Sabio impulsó asimismo la consolidación o creación de centros de estudio ajenos a su propia corte, como indica la concesión de los estatutos de la universidad de Salamanca en 1254 o la creación, en el mismo año, del «estudio general de latín y arábigo» en Sevilla. A todo ello hay que añadir las labores de restauración de antiguas construcciones que el rey ordenó emprender, como la del panteón de la iglesia toledana de Santa Leocadia del Alcázar en Toledo o la del acueducto de Segovia.

Para saber más

Ángela Franco Mata, «Alfonso X el Sabio y las catedrales de Burgos y León», Norba, 7 (1987), 71-82.

Rafael Cómez Ramos, «Tradición e innovación artística en Castilla en el siglo XIII», Alcanate, 3 (2002-2003), 135-164.

Autorretratos

Vidriera de la catedral de León en la que aparecen enfrentados Alfonso X (con atributos de emperador) y el papa.


Del rey Alfonso han sobrevivido numerosos «retratos». Obviamente, no se trata de imágenes naturalistas (que poco importaban a la mentalidad medieval), sino más bien de prefiguraciones de la función regia o imperial que Alfonso representaba. En efecto, la figura del Rey Sabio está presente en miniaturas, estatuaria, monedas, sellos o vidrieras. De este gran elenco figurativo, rescatamos hoy la imagen que lo presenta, en calidad de emperador (con cetro y globo crucífero), junto al papa, en las vidrieras de la catedral de León.

La puente segoviana

De las obras de restauración del acueducto de Segovia (o «la puente», como la llama el texto) por parte de Alfonso X, dos siglos antes de la emprendida por los Reyes Católicos, solo ha sobrevivido una referencia aislada, escondida entre las centenares de páginas de la General estoria. En efecto, al hilo de la mención de Espán, sobrino de Hércules y poblador de la ciudad, se afirma lo siguiente:

E este Espán pobló después, çerca una sierra de Duero, una çibdat [...] llamáronla Segovia. E este fizo ý aquella puente que es ý agora por do viniese el agua a la villa, que se iva ya destruyendo e el rey don Alfonso fízola refazer e adobar que viniese el agua por ella a la villa como solía, ca avía ya grand tiempo que non venié por ý (General estoria, 2ª Parte).

Sonidos de otro tiempo



En Domna celestial hemos presentado la cantiga-prólogo que abre la colección alfonsí de poemas a la Virgen, y cuyo primer verso reza «Porque trobar e cousa en que jaz…». Ahora tienes la oportunidad de escuchar la obra en esta versión a cargo del grupo SEMA.



Grupo SEMA, «Prólogo: Porque trobar e cousa en que jaz…». En Ramillete de cantigas, villancicos, ensaladas, romances, pavanas, glosas, tonos e otros entretenimientos, GASA, 1987.

Taller alfonsí

El problema de Dilaram. Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ms. T-I-6 (fol. 38). © Patrimonio Nacional.


Jaque al Rey

A toda la literatura alfonsí ya mencionada, hay que añadir la colección de textos de recreación cortesana reunidos en el códice del scriptorium regio que lleva por título Libros de ajedrez, dados e tablas, concluido durante la reclusión sevillana del rey en plena guerra civil (1283). El propósito de la compilación queda explícito en el prólogo: «Porque toda manera de alegría quiso Dios que oviessen los omnes en sí naturalmientre por que pudiessen sofrir las cueytas e los trabajos cuando les viniessen, por end los omnes buscaron muchas maneras por que esta alegría pudiessen aver complidamientre». Por lo demás, el códice escurialense que nos la transmite (ms. T-I-6) contiene 150 espléndidas miniaturas que acompañan al texto. El Libro de ajedrez en particular reúne un total de 103 problemas ajedrecísticos, dos tercios de los cuales proceden de fuentes árabes y no hubieran sido conocidos en Occidente hasta el siglo XIX de no haber sido por la iniciativa alfonsí.

El más célebre de todos ellos se conoce como «el problema de la doncella». Cuenta la leyenda que la joven Dilaram (cuyo nombre significa ‘reposo del corazón’) era la favorita de un experto jugador de ajedrez, quien, en medio de una intensa partida, llegó a apostarse a su amada. La partida se puso muy difícil para el enamorado, hasta el punto de verse amenazado de mate en un solo movimiento. Cuando el joven amante estaba a punto de rendirse, Dilaram, que estaba presente en la partida, gritó a su amado: «¡Sacrifica tus dos torres, pero no me sacrifiques a mí!». El jugador interpretó correctamente la pista de la doncella y en cinco atrevidos movimientos (sendos jaques al rey) fue capaz de ganar la partida y conservar a su enamorada.

¿Cuáles son esos cinco movimientos ganadores? Observa la posición de partida y elige la respuesta correcta en cada caso, teniendo en cuenta las siguientes consideraciones:

a) Juegas con blancas y mueves primero.
b) En el ajedrez medieval, el alfil se desplazaba exactamente dos casillas y podía saltar por encima de otras piezas; la dama (que se llamaba alferza) solo podía mover una casilla en diagonal.

Comienza el juego. Primer movimiento.



Para saber más

César Bordons Alba, «El ajedrez, juego de reyes», Alcanate, 5 (2006-2007), 191-263.

Fernando Gómez Redondo, «El ajedrez y la literatura (4). Jaque al rey», Rinconete (2 de agosto de 2012).

Titus Burckhardt, «El simbolismo del ajedrez», en Símbolos, Palma de Mallorca: Olañeta, 1992.